Por: Mario Palma
Aysén es una zona misteriosa para la mayoría
de los chilenos. Cuando describimos el país, tenemos la peligrosa tentación de
saltarnos desde Chiloé y su magia hasta Punta Arenas y sus fríos, como si todo
fuera un continuo idéntico. Pero en medio de esos dos puntos hay una enorme
región, poco habitada, llena de lagos, ríos, bosques, montañas, animales,
plagada de soledad, voces naturales, silencios y, sobre todo, esperanzas.
La región hace noticia en los últimos tiempos.
Primero fue el anuncio del proyecto de represas, que ahora vuelve a cobrar
actualidad con el discutido y dividido fallo de la Corte Suprema, levantando
voces diversas. Unas reclamaban inversiones y desarrollo, otras preservación de
las riquezas naturales que hacen de Aysén una reserva de importancia. El debate
se planteó dramáticamente y no está claro cuál será el desarrollo y desenlace
de la situación, pues si bien resulta difícil aceptar que una región condicione
el desarrollo del país, parece poco probable que podamos presenciar la
depredación – una depredación más – tan pasivamente.
Lo segundo fue esta rebelión que demostró el
agotamiento de los habitantes de esta zona del sur frente a lo que ellos
entienden como un odioso olvido de los santiaguinos que gobiernan todo el
territorio.
Más allá de los regionalismos, cuya
argumentación nos puede acercar a los sueños federalistas de hace casi
doscientos años, el alzamiento ciudadano de Aysén nos deja algunas lecciones.
Cuando surgen liderazgos verdaderos, el pueblo
los sigue sin necesidad de apoyos mediáticos o lenguajes altisonantes. Un
movimiento transversal desde el punto de vista político, encabezado por un
hombre – Iván Fuentes - de lenguaje nuevo, de tono diferente, que usa palabras
que normalmente no se oyen en estas lides políticas, planteando reclamos que
nacen desde lo más profundo de las necesidades locales. Probablemente el poder
de los ciudadanos que se expresa sin armas, desespera a los gobernantes que han
demostrado graves incompetencias para solucionar los problemas y enfrentar
nuevas formas de lucha por sus derechos y aspiraciones más queridos. El
ridículo que hacen las policías armadas como en películas de Schwazeneger
frente a estos pobladores, pescadores, vecinos, campesinos, podría ser objeto
de risas si acaso no fuera al mismo tiempo manifestación de extremas
incapacidades en lo que les es más propio.
Cuando los ciudadanos queremos luchar por lo
propio y se tiene claro lo que se aspira, es posible ser soñador y al mismo
tiempo eficaz. El fracaso de las autoridades, denunciado por los resultados de
las encuestas, nos recuerda los cuestionamientos a alcaldes de diversos
municipios frente a sus intentos de acomodar el plano regulador de sus comunas
a los intereses de las inmobiliarias, o al emplazamiento de plantas
termoeléctricas, por citar sólo algunos ejemplos.
Los tiempos que vienen nos dicen que más que
los intereses de las minorías o los discursos generalistas, la clave de la nueva
sociedad estará en el poder local que asegura que las personas se conocen entre
sí y por lo tanto se generan confianzas estrechas y permanentes, que es
precisamente el problema que existe hoy con las más altas autoridades de la
nación.
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